Las personas inteligentes son más intolerantes ideológicamente. En parte, porque lo argumentan mejor

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Una palabra ha dominado el debate político-económico durante los últimos diez años: “desigualdad“. Otra amenaza con desplazarla durante los próximos diez años: “polarización”. Si algo ha puesto de manifiesto el coronavirus es la brecha ideológica y moral que atraviesa a las sociedades occidentales. Una división de pareceres y modelos de convivencia cada vez más radical y que ocupa el interés de los investigadores. ¿Por qué somos incapaces de comprender al otro?

Por la inteligencia. Es la sugerente idea que plantea este reciente estudio centrado en los votantes estadounidenses: las personas con mayores capacidades cognitivas tienden a ser más intolerantes con las ideologías ajenas. El trabajo disecciona dos grandes encuestas elaboradas en dos periodos distintos de la historia reciente (1988/1989 y 2012/2016) y contrasta las convicciones personales de liberales y conservadores con su capacidad para aceptar o comprender las ideas del otro.

Es decir, analiza su grado de polarización ideológico y personal.

La clave. Tradicionalmente habíamos asociado “intolerancia” a personas con “bajas capacidades cognitivas”. Un sesgo surgido de nuestra forma de medir los prejuicios morales, más centrada en lo racial que en lo estrictamente ideológico. Como desarrollan los autores aquí, a la hora de evaluar el grado de permeabilidad a las opiniones o visiones de otros grupos políticos la inteligencia juega un rol muy especial. Uno que dificulta comprender, aceptar o tolerar a los demás.

Una elevada inteligencia habilita a las personas con mayores recursos cognitivos, haciéndoles más capaces de racionalizar y justificar su ideología política. Desde este punto de vista, la capacidad cognitiva influencia a la intolerancia ideológica porque aquellos más inteligentes tienden a tener mayor sofisticación política que aquellos menos inteligentes. Como resultado, tienden a apoyarse más en su ideología a la hora de formarse actitudes sobre los grupos ideológicos opuestos, incidiendo en las diferencias con dichos grupos.

Es decir, las personas inteligentes pueden justificar mejor su desprecio, indiferencia o intolerancia hacia sus opuestos políticos. Esto les autoconvence más de lo acertado de sus ideas vs. el otro.

Los más progresistas creen que sus ideas son superiores. Y los más conservadores también

Sofisticados o no. Una palabra clave en este proceso: “sofisticación”. Las ideas más complejas nos conducen a un mayor dogmatismo (nuestra ideología es la correcta frente a otras erróneas) y también nos conducen a nichos más pequeños y segmentados (cuanto más sofisticadas son nuestras ideas menos personas las comparten). Esto acentúa nuestra intolerancia hacia las personas/ideas ajenas a nuestro reducido grupo, lo que en el marco general de las cosas conduce a una mayor polarización.

Algo, por cierto, corroborado por el estudio: la encuesta de 88/89 produjo menor polarización que la de 12/16.

¿Es la dirección? El estudio también aborda una vieja obsesión de la ciencia política: ¿la intolerancia está marcada por nuestra línea ideológica o por lo extremo de nuestras ideas? Sus resultados apuntan a una menor tolerancia por parte de los conservadores, pero sabemos por otros trabajos que la clave no reside tanto en lo que creas sino en cuánto crees en ello. Es el extremismo de nuestras posturas políticas, nuestro grado de radicalización ideológica, lo que nos hace más o menos tolerantes hacia el otro, no nuestra tendencia “progresista” o “conservadora”.

Hacia la brecha. Algo que casa bien con la “sofisticación” ideológica como un vector de polarización e intolerancia. Al desarrollar ideas complejas y convencernos mejor de ellas, tendemos al extremismo, a la rigidez. Como hemos visto en otras ocasiones, este dogmatismo ha crecido durante los últimos años en todos los grupos demográficos y políticos, y se ha extendido a gran velocidad en todos los países occidentales. El centro como ideal político cotiza a la baja, lo que dificulta los acuerdos o las políticas de consenso. Sus consecuencias son bastante visibles.